La Revolución Mexicana, un acontecimiento que marcó un hito en la historia de México, se erige como un poderoso símbolo de lucha y transformación social. A inicios del siglo XX, el país enfrentaba una serie de desafíos políticos, económicos y sociales que provocaron un descontento generalizado entre sus habitantes. Este contexto de opresión y desigualdad fue el caldo de cultivo perfecto para que surgieran movimientos que aspiraban a una vida más justa y equitativa, transformando así el destino de la nación.
En medio de este ambiente de agitación, una serie de líderes carismáticos emergieron, cada uno aportando su visión y sus ideales a la causa revolucionaria. Figuras como Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Pancho Villa no solo se convirtieron en referentes de la resistencia, sino que también encarnaron las esperanzas de millones de mexicanos que anhelaban un cambio profundo en su realidad. Sus historias y contribuciones son fundamentales para entender el desarrollo del conflicto y sus implicaciones a lo largo de los años.
A medida que el conflicto se intensificaba, se sucedieron etapas que definieron el rumbo de la Revolución, desde las primeras victorias hasta la promulgación de la Constitución de 1917, un documento que sentó las bases de un nuevo orden social y político. No obstante, el impacto de la Revolución no se limitó a los campos de batalla; su influencia se extendió a la vida cotidiana, transformando las estructuras sociales y alimentando una rica producción artística y literaria que reflejaba los anhelos y sufrimientos de una nación en constante cambio. Este legado continúa resonando en la memoria colectiva del país, moldeando su identidad y su política contemporánea.
La Revolución Mexicana, que estalló en 1910 y se prolongó durante la siguiente década, fue un acontecimiento crucial en la historia de México. Este conflicto no solo transformó la estructura política del país, sino que también tuvo un profundo impacto en su economía y sociedad. Para entender plenamente este fenómeno, es necesario considerar el contexto histórico que lo precedió, analizando tanto la situación política como los factores económicos y sociales que llevaron a la población a levantarse contra el régimen porfirista.
Antes de 1910, México estaba bajo el gobierno de Porfirio Díaz, quien había instaurado un régimen autoritario conocido como el Porfiriato. Díaz llegó al poder tras un golpe de estado en 1876 y se mantuvo en la presidencia a través de diversas reelecciones, consolidando su control sobre el país. Aunque el Porfiriato trajo consigo un periodo de modernización y crecimiento económico, también se caracterizó por la represión política, la falta de libertades civiles y la marginación de amplios sectores de la sociedad.
La centralización del poder en manos de Díaz generó un clima de descontento que se evidenció en la oposición de diversos grupos políticos y sociales. La élite política y económica, aunque beneficiada por el crecimiento, temía la creciente influencia de los Estados Unidos en los asuntos mexicanos. En este contexto, figuras como Francisco I. Madero comenzaron a cuestionar la legitimidad del gobierno de Díaz, abogando por elecciones libres y una mayor participación política.
La represión de cualquier forma de oposición se hizo evidente a medida que Díaz se afianzaba en el poder. Los medios de comunicación eran censurados y cualquier intento de disidencia era aplastado por las fuerzas armadas. Este ambiente de terror y control fue un factor que contribuyó al estallido de la Revolución, ya que muchos mexicanos comenzaron a ver la insurrección como la única salida viable para cambiar su realidad.
La situación económica de México antes de la Revolución también fue un factor determinante en el surgimiento del conflicto. Aunque el país experimentó un notable crecimiento económico durante el Porfiriato, este desarrollo no benefició a todos por igual. La concentración de la riqueza en manos de unos pocos y la expansión de las haciendas, que desplazaron a campesinos y comunidades indígenas, generaron un fuerte descontento social.
La economía mexicana se centró en la producción agrícola y la explotación de recursos naturales, como el petróleo y los minerales. Sin embargo, la política de Díaz favoreció a inversionistas extranjeros, quienes controlaban muchas de las industrias clave del país. Esto llevó a la explotación de los trabajadores, que recibían salarios muy bajos y carecían de derechos laborales. El descontento entre las clases trabajadoras y los campesinos creció a medida que sus condiciones de vida se deterioraban.
Adicionalmente, la modernización del país no se tradujo en mejoras para la mayoría de la población. La falta de acceso a la educación y a servicios básicos, como la salud y la vivienda, exacerbó las tensiones sociales. Las comunidades rurales, que dependían de la agricultura, se encontraban en una situación de precariedad, lo que llevó a un aumento de la migración hacia las ciudades en busca de mejores oportunidades. Sin embargo, las ciudades también estaban saturadas y no podían ofrecer el empleo necesario, lo que intensificó el descontento social.
La combinación de una situación política opresiva, un sistema económico desigual y la falta de derechos sociales y civiles fueron factores clave que impulsaron a los mexicanos a levantarse en armas contra el régimen de Díaz. La Revolución Mexicana, por lo tanto, puede entenderse no solo como un conflicto armado, sino como una respuesta integral a una serie de injusticias que habían sido toleradas durante décadas.
La Revolución Mexicana, que comenzó en 1910, fue un movimiento social y político que transformó radicalmente la estructura del poder en el país. En su seno, surgieron varios líderes que no solo jugaron un papel crucial en el desarrollo del conflicto, sino que también dejaron una huella indeleble en la historia de México. Entre ellos, Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Pancho Villa se destacan como figuras emblemáticas que representaron diferentes intereses y regiones en la lucha por la justicia social y la democracia.
Francisco I. Madero, un político y empresario originario de Coahuila, fue uno de los primeros en desafiar abiertamente el régimen de Porfirio Díaz. Madero abogaba por una democracia genuina y un cambio en la política agraria que beneficiara a los campesinos. En 1908, Díaz, que había estado en el poder durante más de tres décadas, hizo una declaración que abrió la puerta a la posibilidad de elecciones. Madero aprovechó esta oportunidad para lanzar su campaña a la presidencia en 1910, promoviendo un programa de reformas que incluía la promoción de la libertad de expresión y la eliminación del sistema de reelección.
Sin embargo, su intento de obtener el poder de manera pacífica fracasó. Ante la represión del gobierno de Díaz, Madero se vio obligado a llamar a la revolución. En noviembre de 1910, emitió el "Plan de San Luis", que convocaba al pueblo a levantarse contra el régimen porfirista. El llamado fue recibido con entusiasmo, y pronto se formaron ejércitos revolucionarios en varias regiones del país. Madero fue clave en la articulación de las demandas sociales y políticas de diversos sectores de la población, lo que le ganó el apoyo de muchos campesinos y obreros.
A pesar de sus logros iniciales en la lucha revolucionaria, el gobierno de Madero enfrentó numerosos desafíos. En 1913, un golpe de estado conocido como la Decena Trágica, liderado por el general Victoriano Huerta, derrocó a Madero, quien fue asesinado poco después. Su muerte marcó el inicio de una nueva fase en la Revolución Mexicana, donde otros líderes como Zapata y Villa tomarían el protagonismo.
Emiliano Zapata, un campesino de Morelos, es quizás el símbolo más fuerte de la lucha agraria durante la Revolución Mexicana. Desde el inicio del conflicto, Zapata se destacó por su enfoque en la reforma agraria, exigiendo la devolución de las tierras a los pueblos indígenas y campesinos que habían sido despojados de ellas por los terratenientes y las políticas del gobierno porfirista. Su famoso lema, "Tierra y Libertad", encapsuló su lucha por la justicia agraria.
Zapata organizó a los campesinos de Morelos y formó el Ejército Libertador del Sur, que se convirtió en una de las fuerzas más poderosas del movimiento revolucionario. A diferencia de Madero, que buscaba reformas dentro del marco legal establecido, Zapata abogaba por una transformación radical del sistema agrario, llevando su lucha más allá de las reformas superficiales. Su "Plan de Ayala", emitido en 1911, demandaba la devolución de tierras y la nacionalización de las propiedades de los grandes terratenientes.
A lo largo de la Revolución, Zapata se convirtió en un líder carismático, y su movimiento ganó apoyo popular en el sur de México. Sin embargo, la traición de Madero y el posterior ascenso de Huerta llevaron a Zapata a buscar alianzas con otros líderes revolucionarios, aunque siempre mantuvo su independencia y su enfoque en la reforma agraria. Zapata fue asesinado en 1919, pero su legado perduró y su lucha por la tierra y la justicia social se convirtió en un referente para futuros movimientos agrarios en México.
Por su parte, Pancho Villa, nacido en el estado de Durango, se destacó como uno de los líderes más carismáticos y enérgicos de la Revolución Mexicana. Su vida temprana estuvo marcada por la pobreza y la marginación, lo que forjó su carácter rebelde y su deseo de luchar por los derechos de los campesinos. Villa comenzó su carrera de bandido, robando a los ricos para ayudar a los pobres, antes de unirse a la causa revolucionaria.
Villa se convirtió en el líder de la División del Norte, una de las fuerzas más poderosas en el conflicto. Su enfoque militar era audaz y estratégico, llevando a cabo numerosas victorias contra las fuerzas de Huerta y, más tarde, contra las tropas constitucionalistas que se oponían a él. Villa fue conocido por su habilidad en la guerra de guerrillas y su capacidad para movilizar a las masas en torno a su causa.
A diferencia de Zapata, cuyo enfoque estaba centrado en la reforma agraria, Villa también se preocupaba por la justicia social y la mejora de las condiciones de vida de los campesinos y trabajadores. En 1914, tras la renuncia de Huerta, Villa se convirtió en un líder influyente en el norte de México y jugó un papel clave en las luchas posteriores entre facciones revolucionarias.
A pesar de sus triunfos, Villa no pudo consolidar su poder político y se vio envuelto en conflictos con otros líderes revolucionarios, como Carranza. Su vida terminó de manera trágica en 1923, cuando fue asesinado en un atentado. Villa es recordado como un héroe popular en muchas partes de México y su figura ha sido romantizada en la cultura popular.
La diversidad de líderes en la Revolución Mexicana, desde Madero hasta Villa y Zapata, refleja la complejidad del movimiento y la multiplicidad de demandas que existían en la sociedad mexicana de la época. Cada uno de estos líderes aportó su propia visión y estrategia, contribuyendo a un conflicto que transformó no solo la política, sino también la estructura social y económica del país.
La Revolución Mexicana, que comenzó en 1910 y se extendió a lo largo de la década de 1920, fue un conflicto complejo que no solo transformó la estructura política de México, sino que también tuvo profundas repercusiones sociales y culturales. Este movimiento revolucionario se puede dividir en varias etapas clave que marcan sus momentos más significativos. A continuación, se presentarán estas etapas, desde las primeras luchas hasta la consolidación de un nuevo orden político, reflejando las dinámicas de poder y los cambios que se produjeron a lo largo de este tumultuoso periodo.
El inicio de la Revolución Mexicana fue marcado por la insurrección de diversos grupos que se unieron en contra del régimen de Porfirio Díaz, un dictador que había gobernado México durante más de tres décadas. La Revolución comenzó oficialmente en 1910, cuando Francisco I. Madero, un político y empresario que había sido víctima de la represión por parte del gobierno de Díaz, lanzó el Plan de San Luis, que convocaba al pueblo mexicano a levantarse en armas.
Las primeras victorias de los revolucionarios se dieron en el norte del país, donde los caudillos, como Pancho Villa, comenzaron a organizarse. Villa, conocido por su carisma y habilidades militares, lideró una serie de batallas exitosas contra las fuerzas federales. La victoria en la Batalla de Ciudad Juárez en 1911 fue un hito importante, ya que obligó a Díaz a renunciar y se convocaron elecciones en las que Madero se convirtió en presidente.
Sin embargo, a pesar de este triunfo inicial, la situación en México siguió siendo inestable. Madero enfrentó la oposición de diversos grupos revolucionarios que no estaban satisfechos con las reformas que estaba implementando y que consideraban que la revolución no había cumplido con sus promesas de cambio agrario y social. Esto dio lugar a una nueva fase de lucha, donde las facciones revolucionarias comenzaron a pelear entre sí, lo que complicó aún más el panorama político.
La Revolución Mexicana no se limitó a la lucha armada; también fue un proceso de transformación legal y política. En 1917, un grupo de revolucionarios se reunió en Querétaro para redactar una nueva constitución, que fue promulgada el 5 de febrero de ese año. La Constitución de 1917 es considerada uno de los logros más importantes de la Revolución, ya que sentó las bases para una serie de reformas sociales y políticas que buscaban establecer un estado moderno y justo.
Entre los aspectos más destacados de la nueva constitución se encontraban los artículos que garantizaban la reforma agraria, la nacionalización de los recursos naturales y la educación laica y gratuita. Estas reformas respondían a las demandas de los campesinos y trabajadores que habían luchado durante la revolución. El artículo 27, en particular, abordó la propiedad de la tierra y permitió la expropiación de tierras que habían sido acaparadas por los grandes terratenientes, en un intento por devolver la tierra a quienes la trabajaban.
Sin embargo, la implementación de estas reformas fue un proceso complicado y estuvo marcado por la resistencia de los grupos conservadores y de los antiguos terratenientes. A pesar de los obstáculos, la Constitución de 1917 sirvió como un documento fundamental que guiaría la política mexicana en las décadas siguientes y estableció un marco legal para una nueva nación.
La fase de consolidación de la Revolución Mexicana se extendió desde la promulgación de la Constitución de 1917 hasta finales de la década de 1920, un periodo que estuvo marcado por la lucha por el poder entre diferentes facciones revolucionarias. Tras la muerte de Madero en 1913, las luchas internas entre los líderes revolucionarios, como Emiliano Zapata y Pancho Villa, se intensificaron, así como la aparición de nuevos líderes, como Venustiano Carranza, quien buscaba consolidar su autoridad y llevar a cabo las reformas prometidas.
La lucha por la presidencia y el control del país continuó durante varios años, con un contexto de violencia y inestabilidad. Carranza, después de haber asumido el poder, se vio obligado a enfrentarse a los ejércitos de Villa y Zapata, quienes exigían la implementación efectiva de las reformas agrarias y los derechos de los campesinos. Este enfrentamiento culminó en la famosa batalla de Torreón y la invasión de Villa en la ciudad de Columbus, Nuevo México, en 1916, lo que provocó la intervención de Estados Unidos en la revolución.
A pesar de la resistencia, Carranza logró consolidarse en el poder y se dedicó a la implementación de las reformas contenidas en la Constitución de 1917. Esta etapa también estuvo marcada por la creación de instituciones que buscaban promover la educación y la salud pública, así como la nacionalización de industrias clave que habían sido privatizadas durante el Porfiriato.
Finalmente, la Revolución Mexicana terminó en una serie de acuerdos y reconciliaciones que llevaron a la creación de un estado mexicano moderno, aunque no sin controversias y conflictos. Las tensiones entre los diferentes grupos sociales y políticos continuaron existiendo, pero la revolución había sentado las bases para un cambio profundo en la estructura del país.
En resumen, las etapas clave del conflicto armado de la Revolución Mexicana reflejan un proceso complejo y multifacético que abarca luchas internas, victorias significativas y la creación de un nuevo marco legal que transformó la política y la sociedad mexicana. Estas etapas son esenciales para comprender no solo el desarrollo de la revolución, sino también su legado en la historia contemporánea de México.
La Revolución Mexicana, que estalló en 1910, no solo fue un conflicto armado en búsqueda de justicia y equidad social, sino que también dejó una huella indeleble en el ámbito social y cultural de México. A través de una serie de transformaciones profundas, la revolución modificó las estructuras de poder, las relaciones sociales y las expresiones artísticas del país, configurando una nueva identidad nacional.
La Revolución Mexicana provocó cambios significativos en la estructura social de México, que se habían gestado durante años de injusticia y desigualdad. Antes de 1910, la sociedad mexicana estaba marcada por una profunda división entre las clases sociales, con una élite oligárquica que controlaba la tierra y los recursos, mientras que la mayoría de la población vivía en condiciones de pobreza extrema. La lucha revolucionaria buscaba, entre otros objetivos, la redistribución de la tierra y el poder político.
Uno de los cambios más significativos fue la reforma agraria, impulsada principalmente por el movimiento zapatista, que exigía la restitución de tierras a los campesinos. A través de la Ley Agraria de 1915, se promovió la creación de ejidos, o tierras comunales, que permitieron a los campesinos tener acceso a la tierra y, por ende, mejorar su calidad de vida. Este proceso no solo benefició a los campesinos, sino que también transformó las dinámicas de poder en el campo mexicano.
La Revolución también impactó la educación y el acceso a la cultura. Se establecieron programas educativos que buscaban erradicar el analfabetismo y fomentar una conciencia cívica entre la población. Las reformas educativas de José Vasconcelos, quien fue Ministro de Educación en la década de 1920, reflejaron esta intención de democratizar el conocimiento y promover la identidad nacional a través de la educación.
En términos de género, la Revolución también abrió un espacio para la participación de las mujeres en la vida pública y política. Aunque la lucha por los derechos de las mujeres continuó después de la revolución, eventos como la participación de las soldaderas (mujeres que acompañaban a las tropas) en el conflicto contribuyeron a visibilizar su rol en la sociedad. A través de su valentía y compromiso, estas mujeres comenzaron a desafiar los estereotipos de género de la época, sentando las bases para futuras luchas feministas en México.
El impacto cultural de la Revolución Mexicana se evidenció en las expresiones artísticas y literarias que surgieron durante y después del conflicto. Los muralistas, como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, jugaron un papel fundamental en la difusión de la ideología revolucionaria a través de sus obras. Los murales no solo embellecieron los espacios públicos, sino que también contaron la historia de la lucha del pueblo mexicano, reflejando sus sufrimientos, aspiraciones y logros.
La obra de los muralistas abordó temas como la justicia social, la identidad nacional y la historia de México. Por ejemplo, el mural de Diego Rivera en el Palacio Nacional, titulado "Historia de México", narra la historia del país desde la época prehispánica hasta la Revolución, destacando la importancia de la lucha popular en la construcción de la nación. Este tipo de arte se convirtió en un medio para educar al pueblo y fomentar un sentido de pertenencia y orgullo nacional.
Además del muralismo, la literatura también experimentó una transformación significativa. Escritores como Mariano Azuela, con su novela "Los de abajo", ofrecieron una visión cruda y realista de la vida durante la Revolución. Azuela y otros autores utilizaron la literatura como una forma de crítica social, exponiendo las injusticias y los horrores del conflicto. La narrativa revolucionaria se convirtió en un vehículo para dar voz a los oprimidos y reflexionar sobre los ideales de libertad y justicia.
En el ámbito musical, la revolución también inspiró una rica producción de corridos, canciones que narraban las hazañas de los héroes revolucionarios y la lucha del pueblo. Los corridos se convirtieron en un medio popular para transmitir la historia y los sentimientos de la gente, fomentando un sentido de comunidad y resistencia. Estas expresiones culturales reflejaron la identidad nacional en formación y la búsqueda de un futuro más justo.
El impacto de la Revolución Mexicana en la cultura no se limitó a las artes visuales y la literatura. También influyó en el cine, que comenzó a explorar temáticas sociales y políticas a partir de la década de 1930. Películas como "¡Vámonos con Pancho Villa!" de Fernando de Fuentes, retrataron la vida de los revolucionarios y los dilemas morales asociados a la lucha por la justicia. Este nuevo cine mexicano comenzó a cuestionar las narrativas oficiales y a ofrecer una representación más auténtica de la realidad social del país.
El impacto social y cultural de la Revolución Mexicana fue profundo y multifacético. Transformó la estructura social del país, promoviendo la justicia social y la igualdad de oportunidades, mientras que en el ámbito cultural, dio origen a un renacer artístico que todavía resuena en la identidad mexicana contemporánea. La Revolución no solo cambió el rumbo de México, sino que también dejó un legado que continúa influyendo en las luchas sociales y culturales hasta el día de hoy.
La Revolución Mexicana, que estalló en 1910, no solo fue un conflicto armado que buscaba transformar el orden político y social en México, sino que también dejó una huella imborrable en la historia del país. Su legado se extiende mucho más allá de los eventos de la guerra, influyendo en la política, la cultura y la identidad nacional a lo largo del siglo XX y hasta nuestros días. Este legado se puede dividir en dos áreas principales: la influencia en la política mexicana contemporánea y la forma en que la Revolución ha sido recordada y simbolizada en la memoria colectiva del pueblo mexicano.
La Revolución Mexicana sentó las bases para una nueva estructura política en el país. A través de sus luchas, se buscaron respuestas a las demandas de justicia social, equidad y democracia. Uno de los logros más significativos de esta revolución fue la promulgación de la Constitución de 1917, que estableció derechos laborales, la reforma agraria y la educación laica, entre otros.
La Constitución de 1917 se convirtió en un referente fundamental para la política mexicana, ya que introdujo principios que todavía son relevantes hoy en día. Por ejemplo, la sección sobre derechos laborales ha influido en la legislación laboral moderna y en la defensa de los derechos de los trabajadores. De igual forma, la reforma agraria, aunque con altibajos en su implementación, fue un intento de distribuir la tierra entre quienes la trabajaban, lo que reflejó la lucha de líderes como Emiliano Zapata.
Además, el legado revolucionario se tradujo en la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que dominó la política mexicana durante gran parte del siglo XX. Aunque el PRI se convirtió en un partido autoritario y se alejó de los ideales revolucionarios, su origen está profundamente ligado a las luchas y aspiraciones de la Revolución. A lo largo de los años, el PRI tuvo que adaptarse y responder a las demandas de la sociedad, lo que refleja la influencia de la Revolución en la política contemporánea.
En tiempos más recientes, la Revolución ha servido como un símbolo de resistencia y cambio. Movimientos sociales y políticos han evocado el espíritu revolucionario para demandar reformas y justicia social. Por ejemplo, el levantamiento zapatista de 1994 en Chiapas se inspiró directamente en los ideales de Emiliano Zapata, reclamando derechos para los pueblos indígenas y una mayor equidad social. Esto demuestra que, aunque se han pasado más de cien años desde el estallido de la Revolución, su legado sigue vivo en las luchas contemporáneas.
El impacto de la Revolución Mexicana en la memoria colectiva del país es innegable. Se ha convertido en un símbolo de lucha y resistencia frente a la opresión y la injusticia. Este simbolismo se ha manifestado en diversas formas, desde la literatura y el arte hasta la educación y la cultura popular.
En la literatura, autores como Mariano Azuela y Nellie Campobello capturaron las experiencias y los horrores de la Revolución, influyendo en generaciones de escritores y lectores. Las narrativas de la Revolución han sido utilizadas para explorar temas de identidad, justicia y lucha social, convirtiéndose en parte integral del canon literario mexicano. Estas obras no solo reflejan la realidad de la época, sino que también contribuyen a la construcción de una identidad nacional que reconoce la lucha por la justicia y la dignidad.
El arte también ha jugado un papel crucial en la memoria de la Revolución. Los muralistas como Diego Rivera y José Clemente Orozco utilizaron sus obras para narrar la historia de México, incluyendo las luchas revolucionarias, y para educar al público sobre los ideales de la Revolución. Sus murales no solo embellecieron edificios públicos, sino que también se convirtieron en herramientas de concienciación social y política, transmitiendo un mensaje de esperanza y resistencia.
En la educación, la Revolución Mexicana se ha enseñado como un hito fundamental en la historia de México, con un enfoque en sus causas y consecuencias. Las conmemoraciones del 20 de noviembre, fecha del inicio de la Revolución, se celebran anualmente, y se organizan desfiles y eventos que resaltan su importancia. Esto ha contribuido a mantener viva la memoria colectiva y a inspirar a nuevas generaciones a reflexionar sobre la justicia social y la equidad.
Por otro lado, el simbolismo de la Revolución también ha sido utilizado en contextos políticos. Las figuras de Pancho Villa y Emiliano Zapata han sido reivindicadas por diversos movimientos sociales, convirtiéndose en íconos de la lucha por los derechos de los campesinos y los trabajadores. La imagen de Zapata, en particular, ha sido adoptada por movimientos de derechos indígenas y agrarios, mostrando cómo su legado continúa afectando la política y la cultura contemporáneas.
La Revolución Mexicana ha dejado un legado profundo y multifacético que continúa influyendo en la sociedad y la política de México. Su impacto se puede observar en la legislación, los movimientos sociales y la cultura. A través de los años, los ideales de justicia social y equidad que surgieron durante la Revolución han resonado en las luchas contemporáneas, reflejando la persistente búsqueda de un México más justo y equitativo.
La historia de la Revolución es, en última instancia, un recordatorio de la capacidad de la sociedad para levantarse contra la opresión y luchar por sus derechos, un legado que sigue inspirando a las nuevas generaciones en su búsqueda de justicia y dignidad.
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Fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929 |
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Asesinato de Venustiano Carranza en 1920. |
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Asesinato de Álvaro Obregón en 1928. |
Fusilamiento de Victoriano Huerta en 1916 |
Exilio de Porfirio Díaz en 1911. |
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Asesinato de Francisco Villa en 1923 |
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Asesinato de Emiliano Zapata en 1919 |
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Decena Trágica en 1913, un golpe de Estado que derrocó al presidente Francisco I. Madero y asesinó a él y al vicepresidente Pino Suárez |
Inicio de la Revolución Mexicana el 20 de noviembre de 1910 |
Plan de San Luis Potosí en 1910, proclamado por Francisco I. Madero, llamando a la lucha armada contra el gobierno de Porfirio Díaz |