El terremoto de 1957 en la Ciudad de México marcó un antes y un después en la historia de la metrópoli. Este evento sísmico, que sorprendió a una nación en plena transformación, reveló no solo la vulnerabilidad geográfica del país, sino también las tensiones sociales y políticas que lo atravesaban en aquella década. En un contexto donde la modernización y el crecimiento urbano eran prioridad, la tierra tembló para recordar a todos la fragilidad de la vida y la necesidad de estar preparados ante lo inesperado.
Con una magnitud devastadora y un epicentro que resonó en el corazón de la capital, el sismo de 1957 dejó una huella imborrable. La crónica de aquel día fatídico no solo se escribió en los escombros de edificios colapsados, sino también en las historias de familias que perdieron seres queridos y hogares. La respuesta de los servicios de emergencia, aunque valiente, se vio desbordada ante la magnitud del desastre, y la ciudad tuvo que confrontar las consecuencias de su propia infraestructura, construida sin tener en cuenta los riesgos sísmicos.
El legado de este terremoto se manifiesta no solo en las reformas y mejoras en la normativa de construcción, sino también en la cultura popular que ha surgido a raíz de la tragedia. A través del arte, la literatura y las conmemoraciones anuales, la memoria colectiva ha transformado el dolor en resiliencia, recordando a las futuras generaciones la importancia de la preparación y la solidaridad ante los desastres naturales. En este análisis, exploraremos los múltiples aspectos que rodearon y siguieron a este evento, desde su contexto histórico hasta su impacto en la sociedad contemporánea.
El terremoto de 1957 en la Ciudad de México representa un evento sísmico significativo que tuvo un impacto profundo en la sociedad y la infraestructura de la capital mexicana. Para comprender cabalmente las implicaciones de este suceso, es esencial analizar el contexto histórico que lo rodeó, incluyendo tanto los antecedentes sísmicos en la región como la situación social y política de México durante los años 50.
La Ciudad de México se ubica en una zona geológicamente activa, lo que la hace susceptible a sismos. En el periodo que precedió al terremoto de 1957, hubo varios eventos sísmicos que sirvieron como recordatorios del potencial destructivo de la actividad tectónica en la región. Durante el siglo XX, la ciudad experimentó temblores notables, pero el más significativo antes de 1957 fue el terremoto de 1941, que, aunque no causó daños devastadores, puso de manifiesto la vulnerabilidad de la infraestructura urbana.
La actividad sísmica en la región es atribuible a la interacción entre varias placas tectónicas, incluyendo la Placa de Cocos y la Placa Norteamericana. Esta convergencia provoca un ambiente propenso a temblores de diversas magnitudes. En la década de 1950, se registraron sismos menores que, si bien no causaron grandes estragos, generaron preocupación entre la población y las autoridades sobre la preparación y la respuesta ante un evento mayor.
La falta de un sistema de monitoreo sísmico robusto y la escasa cultura de prevención en la población agravaban la situación. La percepción de que los terremotos eran eventos raros y aislados llevó a una preparación insuficiente para enfrentar un desastre de gran magnitud, lo que haría evidente el día del sismo de 1957.
Los años 50 fueron una época de notable transformación para México. Después de las convulsiones de la Revolución Mexicana y la Segunda Guerra Mundial, el país experimentó un periodo de crecimiento económico conocido como el "Milagro Mexicano". Este fenómeno se caracterizó por un aumento significativo en la industrialización, la urbanización y la modernización de la infraestructura. Sin embargo, este desarrollo también trajo consigo desafíos sociales y económicos.
La migración masiva de personas del campo a la ciudad, impulsada por la búsqueda de mejores oportunidades, convirtió a la Ciudad de México en un imán para la población rural. Esta urbanización acelerada, sin embargo, llevó a un crecimiento descontrolado de asentamientos informales y una presión creciente sobre los servicios públicos y la infraestructura, ya que muchas de las construcciones eran de calidad deficiente y no cumplían con las normas de seguridad.
En el ámbito político, el gobierno de Miguel Alemán Valdés (1946-1952) promovió una visión modernizadora del país, enfocándose en la industrialización y la creación de una clase media. Sin embargo, este enfoque también generó una desconexión con las necesidades de la población más vulnerable, lo que se tradujo en tensiones sociales. Este contexto social y político influyó en la forma en que se gestionó la crisis tras el terremoto de 1957, así como en las decisiones que se tomaron para abordar las deficiencias en la infraestructura y la preparación ante desastres.
En resumen, el contexto histórico del terremoto de 1957 en la Ciudad de México es complejo y multifacético. La combinación de antecedentes sísmicos, una infraestructura vulnerable y una situación social y política en transformación sentó las bases para un evento que cambiaría la historia de la capital mexicana y marcaría un antes y un después en la forma en que se aborda la gestión de riesgos sísmicos en el país.
El terremoto de 1957 que sacudió la Ciudad de México se convirtió en uno de los eventos sísmicos más significativos de la historia del país, no solo por su magnitud, sino también por las consecuencias que dejó en la infraestructura, la población y la respuesta gubernamental. Este apartado se enfoca en los aspectos técnicos del terremoto, incluyendo su magnitud, epicentro, y la cronología de los eventos del día en que ocurrió.
El terremoto de 1957 tuvo una magnitud de 7.9 en la escala de Richter, lo que lo clasifica como un sismo de gran magnitud. Este evento sísmico se produjo el 28 de julio de 1957 a las 11:32 a.m. (hora local). El epicentro se localizó en el Océano Pacífico, a aproximadamente 25 kilómetros al suroeste de la costa de Acapulco, Guerrero. Esta ubicación es especialmente significativa, ya que la región del Pacífico mexicano es conocida por su actividad sísmica frecuente debido a la interacción de las placas tectónicas de Cocos y Norteamérica.
La profundidad del sismo fue de aproximadamente 15 kilómetros, lo que contribuyó a la intensidad de las sacudidas en la Ciudad de México, a pesar de que el epicentro estaba relativamente alejado. Esto se debe a que los sismos superficiales suelen provocar más daños que los que ocurren a mayores profundidades, ya que la energía liberada se propaga con más fuerza hacia la superficie.
Desde un punto de vista geológico, el terremoto de 1957 es parte de un patrón de actividad sísmica que ha estado presente en México durante siglos. La región ha experimentado varios terremotos devastadores, y el de 1957 fue uno de los más significativos en el siglo XX. Los estudios realizados posteriormente revelaron que la actividad sísmica en esta área se debe a la subducción de la placa de Cocos debajo de la placa de Norteamérica, un fenómeno que genera tensiones acumuladas que eventualmente se liberan en forma de sismos.
La mañana del 28 de julio de 1957 comenzó como un día normal en la Ciudad de México. Sin embargo, a las 11:32 a.m., la calma se transformó en caos cuando el terremoto golpeó. Los primeros momentos fueron críticos, y la población no estaba completamente preparada para enfrentar un evento de tal magnitud. A continuación, se presenta una cronología de los eventos del día:
Las horas siguientes al sismo fueron caóticas. La falta de preparación y de un sistema de respuesta eficiente complicó la situación. La población, asustada y desinformada, buscaba respuestas y apoyo, mientras que los medios de comunicación comenzaban a informar sobre la magnitud del desastre. Las réplicas continuaron durante días, lo que provocó que muchas personas se sintieran inseguras para regresar a sus hogares y edificios.
El terremoto de 1957 no solo dejó un saldo trágico en términos de pérdidas humanas y materiales, sino que también puso de manifiesto las deficiencias en la infraestructura y la planificación urbana de la Ciudad de México. Este evento sería un catalizador para que el gobierno mexicano reconsiderara su enfoque hacia la prevención de desastres naturales, la construcción de edificios resistentes a sismos y la implementación de un sistema de alerta temprana para futuros terremotos.
El terremoto de 1957 en la Ciudad de México dejó una huella imborrable en la infraestructura de la capital mexicana. Este evento sísmico no solo afectó la vida de miles de personas, sino que también reveló la vulnerabilidad de la infraestructura urbana ante fenómenos naturales. Los daños materiales fueron extensos y tuvieron repercusiones a largo plazo en la planificación y regulación de la construcción en la ciudad.
El terremoto, que ocurrió el 28 de julio de 1957, tuvo una magnitud de 7.9 en la escala de Richter y su epicentro se localizó en la costa del Pacífico, cerca de la ciudad de Acapulco. A pesar de la distancia, la Ciudad de México, situada a más de 300 kilómetros del epicentro, sufrió graves daños estructurales. Se estima que alrededor de más de 500 edificios resultaron dañados o destruidos, incluyendo algunos de los monumentos más icónicos de la ciudad.
Entre los edificios afectados, se encontraba la Catedral Metropolitana, que sufrió daños significativos en su estructura. Las torres de la catedral, que son símbolos de la arquitectura colonial, mostraron grietas considerables, lo que llevó a una serie de reparaciones que se extendieron por varios años. El Palacio de Bellas Artes, otro emblemático edificio, también sufrió daños, aunque su estructura se mantuvo en pie gracias a su diseño robusto y materiales de construcción de alta calidad.
Las zonas más afectadas incluyeron colonias populares y edificios de viviendas de varios pisos, muchos de los cuales fueron construidos rápidamente y sin seguir las normativas adecuadas. La falta de planificación urbana y la construcción deficiente se convirtieron en temas de discusión tras el sismo. Se registraron colapsos de varios edificios, lo que resultó en la pérdida de vidas y un impacto emocional profundo en la población. El Hospital de Jesús, uno de los más antiguos de la ciudad, también sufrió daños que afectaron su operatividad y llevaron a la necesidad de renovaciones urgentes.
La respuesta de los servicios de emergencia ante el terremoto de 1957 fue un aspecto crucial en la gestión de la crisis. A pesar de los daños significativos, la infraestructura existente permitió una respuesta relativamente rápida. Sin embargo, se evidenció que la preparación ante desastres naturales era inadecuada. La coordinación entre diversas agencias de emergencia fue limitada, lo que dificultó los rescates y la atención a las víctimas en las primeras horas después del sismo.
Las brigadas de rescate, compuestas por miembros de la policía, el ejército, y voluntarios, se movilizaron rápidamente para buscar sobrevivientes entre los escombros. La falta de herramientas adecuadas para la búsqueda y rescate complicó aún más la situación. En respuesta a esta experiencia, se comenzaron a implementar cambios en la formación y equipamiento de los equipos de emergencia, lo que condujo a un enfoque más sistemático en la gestión de desastres en años posteriores.
El sismo también despertó un sentido de solidaridad entre los ciudadanos. Muchos habitantes se organizaron para ayudar en las labores de rescate y asistencia a las víctimas, lo que subrayó la importancia del trabajo comunitario en situaciones de crisis. Sin embargo, la respuesta inicial mostró la necesidad de mejorar las infraestructuras de emergencia y los protocolos de actuación ante desastres, lo que condujo a reformas significativas en la planificación urbana y la gestión de emergencias en la ciudad.
A raíz de los daños y la respuesta a la crisis del terremoto de 1957, se inició un proceso de reflexión sobre cómo construir una ciudad más resiliente. Este evento sirvió como un catalizador para replantear la forma en que se diseñaban y construían los edificios en la Ciudad de México, así como para establecer mecanismos de respuesta ante emergencias más eficientes y coordinados.
En resumen, el impacto del terremoto de 1957 en la infraestructura de la Ciudad de México fue devastador y revelador. Los daños a edificios históricos y la respuesta inadecuada de los servicios de emergencia resaltaron la necesidad de una revisión integral de las normativas de construcción y la preparación ante desastres. Este evento no solo transformó la infraestructura física de la ciudad, sino que también dejó una lección duradera sobre la importancia de la planificación urbana y la resiliencia ante desastres naturales.
El terremoto de 1957 en la Ciudad de México no solo dejó huellas en la infraestructura de la capital, sino que también tuvo un profundo impacto en la vida social y humana de sus habitantes. Este evento sísmico, que se produjo el 28 de julio de 1957, fue un catalizador que expuso las vulnerabilidades sociales y económicas de la población, así como la incapacidad del gobierno para responder adecuadamente a una crisis de tal magnitud. A continuación, se analizan las consecuencias más relevantes que dejó el terremoto en términos de pérdidas humanas, desplazamientos y cambios demográficos.
El terremoto de 1957 tuvo un saldo trágico en términos de vidas humanas. Aunque las cifras exactas varían, se estima que miles de personas resultaron afectadas, con un número significativo de víctimas fatales. Las primeras estimaciones hablaban de alrededor de 30 a 40 personas muertas, y más de 200 heridas. Sin embargo, estudios posteriores han sugerido que el número real de heridos podría haber sido mucho mayor, dado que muchos ciudadanos no acudieron a los hospitales por temor a ser desplazados o porque no había suficientes recursos para atender a todos.
La magnitud de las pérdidas humanas fue un reflejo de la vulnerabilidad de la Ciudad de México frente a desastres naturales. La densidad poblacional y la construcción de edificios y viviendas sin los debidos estándares de resistencia sísmica contribuyeron a que muchas estructuras colapsaran, atrapando a sus ocupantes. Este evento se convirtió en una llamada de atención para la sociedad y el gobierno, que se vio obligado a reflexionar sobre la necesidad de implementar políticas de construcción más seguras y de establecer protocolos de emergencia más efectivos.
Las víctimas del terremoto no solo fueron números en una estadística; cada pérdida representó un hogar destruido, una familia desgarrada. La tragedia se apoderó de la ciudad y dejó un legado de dolor y sufrimiento que perduró en la memoria colectiva. Los sobrevivientes, que vivieron la experiencia de perder a seres queridos y ver sus hogares reducidos a escombros, llevaron consigo un trauma que les acompañaría durante toda su vida. Esto también se tradujo en un aumento de la ansiedad y el miedo a futuros sismos, lo que impactó en la salud mental de la población.
El terremoto de 1957 ocasionó una serie de desplazamientos significativos dentro de la Ciudad de México. Muchas familias se vieron obligadas a abandonar sus hogares debido a los daños estructurales que sufrieron. En un contexto donde la oferta de vivienda ya era limitada, estos desplazamientos llevaron a una crisis habitacional que se agudizó en los años siguientes. Las familias que perdieron sus hogares a menudo se trasladaron a zonas periféricas o a colonias improvisadas, donde las condiciones de vida eran precarias y la falta de servicios básicos se convirtió en una realidad cotidiana.
Además de los cambios inmediatos en la geografía urbana, el sismo también tuvo implicaciones a largo plazo en la demografía de la ciudad. A medida que las familias se reubicaban, se formaron nuevos patrones de asentamiento que alteraron la composición social y económica de distintas áreas. Las colonias que inicialmente eran consideradas como periféricas comenzaron a crecer en población y en importancia, lo que llevó a un desarrollo urbano desorganizado y a una serie de problemas sociales, como la falta de acceso a educación y servicios de salud adecuados.
Este fenómeno también evidenció las desigualdades socioeconómicas que existían en la ciudad. Los sectores más vulnerables de la población, que ya enfrentaban dificultades económicas, fueron quienes más sufrieron las consecuencias del terremoto. La incapacidad de acceder a recursos para la reconstrucción, así como la falta de asistencia gubernamental adecuada, profundizó las brechas existentes entre las distintas clases sociales. Esta situación se tradujo en un aumento de la pobreza en áreas que ya eran marginadas antes del evento sísmico.
El desplazamiento y los cambios demográficos también fueron acompañados por un sentido de comunidad y solidaridad entre los habitantes de la ciudad. Las organizaciones comunitarias y los grupos de vecinos se movilizaron para ayudar a los afectados, ofreciendo apoyo emocional y recursos básicos. Esta respuesta colectiva fue una manifestación del espíritu resiliente de los ciudadanos, que, a pesar de la adversidad, se unieron para enfrentar la crisis y buscar soluciones a sus problemas.
En resumen, las consecuencias humanas y sociales del terremoto de 1957 en la Ciudad de México fueron profundas y multifacéticas. Las pérdidas humanas y el desplazamiento de miles de personas dejaron una marca indeleble en la memoria colectiva de los habitantes de la capital. Este evento no solo puso de manifiesto la vulnerabilidad de la ciudad ante desastres naturales, sino que también sirvió como un llamado a la acción para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos y garantizar una respuesta más efectiva ante futuras emergencias.
El terremoto de 1957 en la Ciudad de México no solo tuvo repercusiones inmediatas en la infraestructura y la población, sino que también resultó en un profundo análisis de las normativas de construcción y en la implementación de nuevas estrategias para la gestión de riesgos sísmicos. A medida que la sociedad mexicana reflexionaba sobre los efectos devastadores del sismo, surgieron importantes cambios que buscaban mitigar daños en futuros eventos sísmicos, mejorando así la resiliencia de la ciudad.
Después del sismo de 1957, las autoridades y expertos en ingeniería comenzaron a reevaluar las normas de construcción existentes. Se hizo evidente que muchos edificios no estaban adecuados para resistir un terremoto, y esto llevó a la creación de un nuevo marco normativo que priorizaba la seguridad estructural. Las reformas se centraron en varios aspectos clave:
Estas reformas no solo se limitaron a la Ciudad de México, sino que se extendieron a otras zonas del país, reconociendo que la sismicidad es un fenómeno que afecta a gran parte del territorio mexicano. La creación del Colegio de Ingenieros Civiles de México y de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México también fue crucial, ya que estas instituciones comenzaron a jugar un papel activo en la promoción de estándares de construcción más seguros.
Otro de los cambios más significativos tras el terremoto de 1957 fue el desarrollo de un sistema de alerta sísmica, que se consideró esencial para minimizar las pérdidas humanas y materiales en caso de futuros sismos. La idea de un sistema de alerta no era nueva, pero el sismo de 1957 actuó como catalizador para su implementación. Se llevaron a cabo varios pasos clave en este proceso:
El sistema de alerta sísmica, que comenzó a funcionar en la década de 1990, ha sido fundamental para salvar vidas. Permite alertar a la población unos segundos antes de que el temblor llegue, dando tiempo a las personas para que busquen refugio y se tomen medidas de seguridad. Este avance tecnológico ha sido crucial en la cultura de la prevención en México.
La implementación de estas reformas ha tenido un impacto significativo en la forma en que se construyen los edificios y se gestionan los riesgos sísmicos en México. La cultura de la prevención ha ido ganando terreno, y la población se ha vuelto más consciente de la importancia de la preparación ante desastres. Las estadísticas muestran que, a pesar de que México sigue siendo un país sísmicamente activo, la cantidad de daños y pérdidas humanas ha disminuido en comparación con eventos anteriores.
Año | Magnitud del Sismo | Número de Muertos | Daños Estimados |
---|---|---|---|
1957 | 7.9 | 20 | $100 millones |
1985 | 8.1 | 10,000 | $4,000 millones |
2017 | 7.1 | 369 | $2,000 millones |
Este progreso en la normativa sísmica y la implementación de sistemas de alerta han ayudado a la población a adaptarse mejor a la realidad sísmica del país. La educación sobre medidas preventivas y la importancia de la preparación se han integrado en las políticas públicas, los programas escolares y las campañas comunitarias.
Hoy en día, la cultura de la prevención forma parte de la vida cotidiana en la Ciudad de México. Las autoridades continúan realizando simulacros de evacuación y campañas de sensibilización para fomentar la preparación ante sismos. Este cambio de mentalidad ha sido uno de los legados más importantes del terremoto de 1957.
El terremoto de 1957 en la Ciudad de México dejó una huella indeleble en la memoria colectiva de la nación. No solo representó un evento sísmico devastador, sino que también se convirtió en un referente cultural y social que ha sido representado en diversas formas de arte, literatura y conmemoraciones. Este legado se manifiesta en la forma en la que la sociedad mexicana ha procesado el trauma y la resiliencia tras el desastre.
El impacto del terremoto de 1957 ha sido un tema recurrente en la literatura y el arte mexicano. Escritores y artistas han utilizado este evento como un símbolo de la fragilidad de la vida y la resiliencia del espíritu humano. La narrativa del desastre ha sido explorada en diversas obras que buscan capturar el horror de la experiencia, así como la esperanza que emergió tras la tragedia.
En la literatura, autores como José Agustín y Elena Poniatowska han abordado el tema del sismo en sus obras. Poniatowska, en particular, ha sido reconocida por su capacidad para articular las voces de los sobrevivientes y las historias de aquellos que perdieron a sus seres queridos. Su libro "La noche de Tlatelolco" es un testimonio del dolor y la lucha de la población mexicana durante este periodo de inestabilidad social y natural. Aunque se centra más en el movimiento estudiantil de 1968, también retoma la memoria del terremoto como parte del contexto de desasosiego en el país.
En el ámbito del arte, el muralismo mexicano, que floreció en la primera mitad del siglo XX, también reflejó el impacto del terremoto. Artistas como David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera incorporaron elementos relacionados con el desastre en sus obras, explorando no solo la devastación, sino también la esperanza y la renovación que pueden surgir de situaciones adversas. La estética del muralismo se convirtió en un vehículo para expresar la identidad y la resistencia del pueblo mexicano.
Además, el cine mexicano ha tratado el tema del terremoto de diversas maneras. Películas y documentales han sido producidos para conmemorar el evento y recrear los momentos críticos de la tragedia. Estos filmes no solo sirven como recordatorios de la catástrofe, sino que también promueven la discusión sobre la preparación y respuesta ante desastres naturales.
La memoria del terremoto de 1957 se ha institucionalizado a través de diversas conmemoraciones y eventos anuales que buscan recordar a las víctimas y reflexionar sobre los aprendizajes derivados de la tragedia. Cada 28 de julio, el gobierno de la Ciudad de México, junto con organizaciones de la sociedad civil, lleva a cabo actos conmemorativos que incluyen ceremonias en sitios emblemáticos que sufrieron daños durante el sismo.
Estas conmemoraciones no solo son un momento de duelo, sino también de conciencia. Se realizan simulacros de evacuación y se imparten talleres sobre prevención y respuesta ante sismos, involucrando a la comunidad en la importancia de estar preparados ante futuros desastres. El objetivo es transformar el dolor en acción, asegurando que la memoria del terremoto sirva como un recordatorio para la resiliencia y la preparación comunitaria.
Asimismo, se han creado espacios de memoria, como el "Monumento a las Víctimas del Terremoto de 1957", que se erige como un tributo a los que perdieron la vida y a todos aquellos que sufrieron las consecuencias del sismo. Este tipo de monumentos no solo preserva la memoria histórica, sino que también fomenta un sentido de unidad y pertenencia entre los habitantes de la ciudad.
Los medios de comunicación también juegan un papel crucial en estas conmemoraciones, al difundir relatos de sobrevivientes y al recordar la importancia de la solidaridad y la ayuda mutua en tiempos de crisis. A través de programas de televisión, artículos y reportajes, se busca mantener viva la memoria del sismo y sus lecciones, haciendo eco de la necesidad de estar preparados ante la posibilidad de futuros desastres.
El terremoto de 1957 se ha convertido en un símbolo de la lucha y la resiliencia del pueblo mexicano. A lo largo de las décadas, ha influido en la construcción de una identidad nacional que reconoce la vulnerabilidad ante desastres naturales, pero también celebra la capacidad de recuperación y solidaridad de la sociedad. Esta dualidad se refleja en la cultura popular, donde el sismo es mencionado en canciones, obras de teatro y hasta en el folclore local.
Artistas contemporáneos han abordado el tema desde diversas perspectivas, buscando reinterpretar la experiencia del terremoto a través de la música, el teatro y otras formas de expresión creativa. La cultura popular ha incorporado el sismo como un elemento narrativo que permite explorar no solo la tragedia, sino también la esperanza y la capacidad de resistencia de la comunidad. Estas representaciones ayudan a mantener viva la memoria histórica y a fomentar un sentido de pertenencia y solidaridad entre las generaciones actuales y futuras.
Hoy en día, el legado del terremoto de 1957 sigue siendo relevante en la discusión sobre la preparación ante desastres y la resiliencia comunitaria. La forma en que la sociedad mexicana recuerda y conmemora esta tragedia es un testimonio de su capacidad para enfrentar adversidades y aprender de ellas. Las lecciones aprendidas continúan influyendo en la política pública y en la manera en que se abordan los desafíos relacionados con la seguridad y la infraestructura en el país.
En resumen, el terremoto de 1957 no solo dejó un impacto físico en la Ciudad de México, sino que también ha moldeado la cultura y la identidad nacional. A través de la literatura, el arte y las conmemoraciones, la sociedad ha encontrado formas de recordar y honrar a las víctimas, al tiempo que se fortalece en su preparación para el futuro. Este legado se manifiesta en una mayor conciencia sobre la importancia de la prevención y la solidaridad ante desastres naturales, asegurando que la memoria del terremoto perdure en el tiempo y en la conciencia colectiva del pueblo mexicano.
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